Un año del golpe: columnas y artículos sobre el caso Aristegui
El 13 de marzo de 2015 fue el último programa. El lunes 16 ya no se permitió la entrada a MVS al equipo de periodistas encabezado por Carmen.
Fragmentos de las columnas y artículos publicados en diferentes medios, a un año del golpe de censura:
Julio Hernández en La Jornada
Un año atrás, en la cabina de MVS, lo último que se difundió en el programa periodístico dirigido y conducido por Carmen Aristegui fue Often a bird, una pieza musical del compositor, ejecutante, cantante y musicólogo belga Wim Mertens (https://goo.gl/PRUuR4 ). Ser con frecuencia un ave, o tender a serlo, fue la selección escogida para finalizar un ciclo de información y análisis que con profesionalismo, profundidad y valentía realizó un equipo que fue sentenciado al despido de las frecuencias radiofónicas acostumbradas y a un ejemplificante veto laboral en nuevos proyectos conjuntos cuando menos por lo que resta del sexenio presidencial en curso.
El periodismo como ave de libertad ha empeorado desde entonces. El mensaje intencionalmente establecido desde aquella mañana del viernes 13 de marzo de 2015 quedó registrado en la mayoría de los mandos empresariales y directivos del periodismo mexicano y en muchas de las figuras relevantes que emiten comentarios y modulan el flujo informativo. Aristegui, su equipo, ese periodismo atrevido y crítico, eran castigados desde el poder público por (entre otros casos, pero esta gota, auténtico charco, derramó el vaso de la
toleranciapinolera) la develación de las maniobras financieras privilegiadas y con absoluto conflicto de intereses que llevaron a Angélica Rivera de Peña a hacerse de una mansión en las Lomas de Chapultepec gracias a la ayuda de un contratista (Juan Armando Hinojosa Cantú, dueño del Grupo Higa) inequívocamente beneficiado por Enrique Peña Nieto como gobernador y luego como ocupante de Los Pinos.
La Casa Blanca se convirtió en la mansión de la oscuridad y la impunidad. Merced a esa develación de las maniobras inmobiliarias en la cúspide del poder, el abanico radiofónico sufrió el cercenamiento de una de sus partes más activas en el suministro de datos y opiniones para el entendimiento de lo que va sucediendo en el país. Aristegui y su equipo (por dar ejemplos: Kirén Miret en la producción; Lorenzo Meyer, Denise Dresser y Sergio Aguayo en una mesa de análisis; Enrique Galván Ochoa, entre otros comentaristas; Salvador Camarena como jefe de información en el último tramo) ofrecían diversidad en una planicie de periodismo electrónico en su mayoría entendido con los poderes o, en algunos valiosos casos, ejercitante cuidadoso de la crítica no tan penetrante, ante el riesgo de las reacciones de los comisarios mediáticos.
El golpe a Aristegui y su equipo implicó un mensaje de amedrentamiento sexenal al periodismo que osare adentrarse en temas y terrenos
prohibidos(…).
Jenaro Villamil en Homozapping
A mediados de 2015, tras una entrevista en su noticiero matutino de Radio Fórmula, Ciro Gómez se lamentó porque la ausencia de Carmen Aristegui no se había traducido en mayorrating para él o para otros programas radiofónicos. Al aire, Gómez comentó que “Aristeguianimaba la radio en las mañanas”.
¿Animaba?, me pregunté. Como si se tratara de un circo. No tuve tiempo de decirle, pero Aristegui no “animaba” la radio. Su programa de todas las mañanas en MVS marcaba agenda informativa y representaba para millones de radioescuchas el único espacio de contrapunto frente a decenas de noticieros en medios electrónicos dominados por la uniformidad de la agenda gubernamental.
“Así es, Ciro, perdimos todos: perdió la industria, perdió la audiencia, perdieron ustedes mismos porque es un panorama de uniformidad terrible y de poca credibilidad”, le comenté al salir de su estación en Radio Fórmula.
A un año de la abrupta expulsión de Carmen Aristegui y de su equipo de MVS el panorama sigue siendo desolador para la radio informativa, y una confirmación de que la censura –aún disfrazada de “conflicto entre particulares”- nunca genera “ganadores”, mucho menos en el caso de una periodista con una audiencia creciente y leal, que se ha distinguido en estos cinco lustros por remar contra corriente en el mundo de los concesionarios privados sometidos al gobierno.
A un año, es claro que perdimos todos y perdieron “ellos”. ¿Quiénes son ellos? Los que fraguaron de manera burda, ridícula, anacrónica y suicida esta forma de encubrir la venganza del peñismo por el reportaje de La Casa Blanca de EPN, quizá la mejor pieza periodística en muchos años en los medios electrónicos que tuvo el efecto de un iceberg en el Titanic del gobierno federal.
Perdió MVS al enfrascarse en un pleito rudo, distinta y distinto a aquellas maneras que simulaban apertura por parte de la familia Vargas. Quizá ganaron en otro terreno de sus negocios, pero la credibilidad perdida difícilmente se recupera.
Perdió el gobierno federal porque quedará marcado por este recurso del método de “matar al mensajero” como si así se maquillara el mensaje. El vocero presidencial Eduardo Sánchez, el secretario de Gobernación, Miguel Angel Osorio Chong, el ex jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, la primera dama Angélica Rivera y el mismo mandatario Enrique Peña Nieto podrán simular que no tuvieron nada qué ver. Hasta podrán lamentarse en público y en privado, pero nadie les cree. Ni ellos mismos.
Nadie les cree porque la expulsión de Aristegui del cuadrante radiofónico privado responde a su método, a su estilo y a sus huellas. Durante tres años el peñismo se ha “vengado” de sus detractores y de sus críticos, creyendo que así resolvían su severa crisis de legitimidad (…).
Leo Zuckerman en Excélsior
14 de Marzo de 2016
El gobierno de Peña decidió guardar silencio y apostarle al olvido para enfrentar los escándalos de múltiples casas sospechosas del Presidente, su esposa y sus secretarios de Hacienda y Gobernación. Hoy, a 16 meses de que Carmen Aristegui publicara la historia de la llamada Casa Blanca, podemos afirmar que la estrategia funcionó.
(…)
Cierto: lo de las casas fue un duro golpe para el gobierno peñista durante algunos meses. Pero el tema se fue diluyendo tal y como lo querían Peña y compañía cuando, cual avestruces, metieron la cabeza debajo de la tierra para no hablar del asunto.
(…)
Al gobierno le funcionó la estrategia de guardar silencio y apostarle al olvido de la gente. Una vez más, Peña se salió con la suya como cuando fue gobernador del Estado de México y le estalló el caso de corrupción de su antecesor, Arturo Montiel. Rápidamente lo absolvieron judicialmente y dejaron de hablar del tema. Poco a poco la gente se olvidó de la riqueza inexplicable del exgobernador y Peñapudo dar el salto a la Presidencia donde, ahora, le explotó el escándalo de las casas. Aplicó la misma receta y le funcionó: no sólo logró capotear el vendaval, sino que su partido, el PRI, bien podría ganar las próximas elecciones presidenciales, incluso con alguno de los funcionarios beneficiarios de sospechosas casas como el secretario de Gobernación o de Hacienda. Mientras tanto, el grupo de periodistas que valientemente dio a conocer la historia de laCasa Blanca, encabezado por Carmen Aristegui, lleva más de un año fuera del aire. ¿Acaso alguien puede negar lo barato que, hasta ahora, le ha salido este asunto a Peña y compañía?
Enrique Galván Ochoa en La Jornada
(…) ¿Qué ha sucedido desde entonces? Ella se encuentra bien; continúa, como todos sabemos, con su programa en CNN México y en Reforma. Obvio: ha tenido que sortear momentos difíciles. La demanda de amparo que presentó contra MVS para su reinstalación hasta el término de su contrato no prosperó –como tampoco los diferentes recursos de sus colaboradores y centenares de ciudadanos. Es innegable, aunque no lo acepten, que el tema de la residencia presidencial desató la decisión del gobierno de sacarla del aire. El papel que jugó la Suprema Corte de Justicia fue lamentable: se negó a atraer el expediente. Ningún ministro votó a favor, ni siquiera Olga Sánchez Cordero, la ministra dizque menos conservadora, en quien se cifraron esperanzas. Por otro lado, las puertas de la radio y televisión privados se cerraron, inclusive Radio UNAM, cuando todavía era rector José Narro. ¿Qué sigue entonces en la carrera profesional de Carmen Aristegui? Sólo una parte de la respuesta la tiene la periodista, la otra le corresponde al público. Si hay una buena disposición de la gente –y no dudo que sucederá así– pronto veremos su regreso al radio, vía Internet.
Jorge Zepeda en SinEmbargo
En otro país sería un héroe, en Venezuela ha sido condenado a cuatro años de prisión. El director del diario Correo del Caroní, David Natera Febres, publicó una investigación sobre la corrupción en las altas esferas de su país, un caso de extorsión de un coronel en contra de una paraestatal y sus contratistas; el delito fue confirmado por los tribunales y varios de los responsables fueron enviados a prisión. Uno de ellos, el empresario Yamal Mustafá, demandó al diario que publicó la investigación y no porque fuera inocente (estuvo dos años en la cárcel) sino porque la difusión del caso dañó su reputación. Por absurda que parezca la argumentación (“lo que me daña no es que haya cometido un delito, sino que lo hayan publicado”), el gobierno venezolano ha decidido convertir en norma aquello de matar al mensajero e ignorar el mensaje.
Resulta que en aquél país existe una ley que obliga a los medios de comunicación a esperar la sentencia de un tribunal para poder informar sobre un asunto de corrupción. Como resultado de lo anterior 22 directores de diarios se encuentran bajo proceso judicial y están impedidos de salir al país en tanto no se resuelva su caso. Bajo esa lógica todos los periodistas cuya denuncia de curas pederastas en Estados Unidos inspiró la películaSpotlight habrían ido a la cárcel. En nuestro país tendría un efecto igualmente masivo: todos los comunicadores, reporteros y columnistas que hicieron referencia al tema de la Casa Blanca, a los abusos de las constructoras de carreteras, a las corruptelas de los gobernadores o a los fraudes y delitos electorales. Carmen Aristegui tendría una condena de por vida por la acumulación de penas. De hecho, bajo esa lógica cualquier periodista razonablemente decente estaría tras las rejas.
La ley mordaza venezolana sería el sueño de buena parte de los políticos mexicanos. Desde luego de Javier Duarte, Gobernador de Veracruz, cuyo proyecto para criminalizar al delito de “difamación” no andaba muy lejano. Claro que si consideramos los setenta profesionales de la información asesinados o desaparecidos en los últimos años, la “solución mexicana” no es menos categórica y efectiva. Como bien sabemos, las amenazas en contra de los medios locales en muchas regiones del país han provocado una censura informativa virtual sobre temas de corrupción política y asuntos de seguridad pública (…).
Fabrizio Mejía en Proceso
¿Qué cosa fuera la maza sin cantera?
Un testaferro del traidor de los aplausos,
un servidor del pasado en copa nueva,
un eternizador de dioses del ocaso,
júbilo hervido con trapo y lentejuela.
¿Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera?
Supimos que era una despedida pero también un llamado a volver. No nos importaban demasiado los números: que la oyeran cada mañana 18 millones; que siguieran durante 60 emisiones la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, las casas del presidente y su secretario de Hacienda y los crímenes del Ejército en Tlatlaya; que fuera la cuarta vez que el poder trataba de silenciarla. Ese viernes 13 de marzo de 2015 Carmen Aristegui se iba en medio de un desarreglo de lucecitas montadas para la escena: la radiodifusora, MVS, había argumentado “abuso de confianza” por el anuncio de que su noticiero participaría de las filtraciones anónimas de Mexicoleaks; había emitido unos “lineamientos” para sus periodistas –“presentar por anticipado todo aquello de relevancia informativa que estén realizando con sus respectivos equipos o que tengan contemplado”– y había detenido la salida de tres reporteros para confiscarles sus computadoras, teléfonos y USB. No era eso lo que importaba. La censura en México nunca ha sido sutil. Éramos nosotros, los radioescuchas, los que íbamos a padecer un síndrome de abstinencia (…).
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