jueves, 1 de octubre de 2015

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Marcha por Ayotzinapa: “¡No están solos, no están solos!”

La del sábado 26 fue una marcha de la indignación. Y de un dolor que abriga esperanza. Esta es la crónica de Miguel Pulido/ @nomus77.
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De forma tímida se forman los primeros grupos. Apenas son las 11:40 de la mañana y miles de personas ya están congregadas con cierto desorden a lo largo del recorrido de los casi 8 kilómetros que separan a la explanada del Auditorio Nacional delZócalo capitalino. Los contingentes son de lo más variados, pero el encono disfraza el disenso. No hay que confundirse: las personas que vinieron a la marcha no lo hacen por las mismas razones. Como sea, aquí están, dándole forma a un todo: la indignación.
Ni la amenaza de lluvia inhibió a la gente para salir a marchar. El cielo gris y la bruma dan un toque más fúnebre. Una fecha tan triste en nuestra historia no podía tener un día soleado. No al menos hoy, cuando se cumple el primer año del trágico asesinato de 6 personas, 3 de ellos normalistas de Ayotzinapa, así como la desaparición de otros 43 estudiantes de la misma institución. El sol simplemente no podía salir, no ahora que la herida está más abierta que nunca.
A las 12:30 el primer contingente –el de los familiares de los muertos y desaparecidos, y de sus compañeros, incluidos los sobrevivientes- comienza su avance sobre avenida Reforma. Organizar los contingentes para marchar es todo un desafío. Sin embargo, la confusión logística les resulta ajena. Las madres cruzan miradas entre ellas. Hay un trazo de dolor. Se comunican con un código de sufrimiento, que sólo lo descifran ellas que tienen la clave para hacerlo: fuerza. Las fotos de sus hijos pegadas al pecho son de una estampa tan triste que lucen imposibles de cargar. Y, sin embargo, ellas se mueven con ese peso colgado al alma.
A la 1:30 de la tarde, los familiares de los 43 chicos desaparecidos llegan a la Estela de Luz, oprobioso símbolo de la corrupción política. Los recibe una descarga de aplausos y de gritos de apoyo. ¡No están solos, no están solos! Repite enardecida la genta. Son gargantas que estallan en solidaridad con el dolor ajeno, pero que surgen del miedo propio. Los rostros de la gente no esconden el dolor y muchas personas rompen en llanto ante el imponente semblante de los padres y madres de los alumnos desaparecidos.
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Foto: Karla Hernández Mares
A la 1:42, la vanguardia llega a la Diana Cazadora. Inicia el conteo: Uno, dos, tres, cuatro…al llegar al cuarenta y tres el grito ya no sólo es colectivo, es catártico. Estalla después el reclamo masivo: ¡justicia!
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Foto: Karla Hernández Mares
Así se mueve la marcha, a paso lento pero contestatario. El grupo de familiares de los 43 estudiantes desaparecidos es una suerte de llovizna que a su paso va sumando solidaridades, rabias, energías. Atrae y captura aguaceros de gente esperándolos. Casi 4 horas más tarde, lo que entra al Zócalo es ya una tormenta. Húmeda de tanto llanto. Intensa por las expresiones de apoyo. Gélida por la causa que la inspira. Es una tormenta bajo la otra lluvia, la que cae del cielo.
La marcha conecta mundos distantes, como si la sanguinaria crisis que vivimos nos hubiera igualado en la sensación de fragilidad. “El miedo es aliado“ se lee en una pancarta. Un niño sostiene un cartón que dice: “Quiero ser Licenciado, si el gobierno no me mata“. “Vivos los llevaron, vivos los queremos” retumba una y otra vez en la garganta de unos afónicos manifestantes. Las mantas y las pancartas insisten en hablar también de los desaparecidos que no están entre los 43, sino en el escalofriante grupo de miles que siguen invisibles. Las historias recuperadas y las consignas lanzadas son un recordatorio de que desde hace algunos muchos años en México, el horror no se ha tomado un descanso.
La mega marcha es la zozobra en plena metamorfosis social y política. Cada pequeño contingente es una improvisada tribuna, un espacio para la reflexión, para la información, para el debate. La mega marcha también es la oportunidad para las más variadas organizaciones de expresar su músculo. Están ahí la CNTE, el STUNAM, el SIUAM, la FECSM, Chapingo y muchas otras estructuras sindicales o políticas. Están los colectivos de artistas, religiosos, de vecinos. Están familias completas y grupos de amigos. Pero también está la más potente lección de civilidad y ética política: grupos de niños que cantan consignas. 
Algo se está moldeando en nuestra historia. La duda es qué tan profundo será el cambio. Por lo pronto, son los pasos tan humildes como decididos de los familiares de los desaparecidos los que van martillando las formas de la política nacional. A las 5 de la tarde, con la lluvia en su infructuoso intento de incordiarlos y ya en el Zócalo, los padres y madres de los normalistas toman la palabra. Denuncian con mucha lucidez al gobierno corrupto y avisan una vez más que su lucha es incansable. Explican sus peticiones y corrigen la narrativa oficial. Agradecen al pueblo de México y reconocen que el corazón de la gente es tan grande, que tiene espacio para recibir su dolor. Pero sus rostros confiesan algo más: que saben que involuntariamente se han convertido en la imagen en la que millones de personas en México y el mundo ven reflejada su frustración, su enojo, su miedo, su dolor, pero también su esperanza. 
Y no, hoy no están solos.

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